LUIS GUERRA
Un Desastre
Balmaceda 1215, 2003
Performance and installation
Por qué nadie quiere hablar de Juan Downey en Chile (3:12)
Una hora después de lo convocado ingresa a la Galería de Arte de la Corporación Cultural
Balmaceda 1215, Luis Guerra. Unos de sus space monkeys lleva a una anciana en silla de
ruedas con una cámara apoyada en sus piernas filmando todo lo que se cruza en su camino.
Hasta entonces, todos en el segundo piso del recinto consumían, una y otra vez, la retransmisión
del 29 de noviembre de 1999 de Luis Guerra. El día cuando el artista ganó un millón
de pesos en un concurso de preguntas y respuestas por televisión. En realidad, el espacio
de la sala también rememoraba en clave de manchas de aceite plateado, de lavaloza verde,
de Leppe cegado por el oro en el catálogo de Tomás Andreu, de hoja del cómic Akira, de
monstruos de goma de la Tate Gallery, de Moco verde, de plástico en los muros y el piso,
de torpes tags, del logo del FPMR, el backstage de sus días anteriores y posteriores. A los
pocos minutos del ingreso, la comitiva se detiene en medio de esta ciudadela desventrada
para jóvenes de escasos recursos y talento artístico, inaugurada en septiembre de 1992
por el presidente Patricio Aylwin y por instrucción del ministro de educación de entonces,
Ricardo Lagos. Es cuando, como si nada pasara, que Luis Guerra vacía la piedra de la locura
con la rutina del comediante Andy Kaufman: el Super Ratón, poniendo a prueba la trivia del
espectador de arte. No sólo con el playback de Guerra sobre el playback que Kaufman hace
sobre la canción del Mighty Mouse. También con la nostalgia paramilitar como telón de fondo.
Atentos, la broma de Guerra quería que todos los niños de Santiago, Valparaíso y Lota, entre
14 y 21 años, no olvidaran los deseos de una transformación radical por la vía armada de la
gratuidad de la educación artística. Here I come to save the day! No sorprende, entonces,
que al acabar el acto, y antes que todo se desactivase, pinchara otro disco -más bailable- en
el discman que sobre los parlantes de un PC usurpaba el lugar del tocadiscos. Y que tomara
de la pared una fotografía de una hermosa chica que chupa un kojak. Y que la pegara sobre
su polera, la negra, esa con el estampado en blanco de Kenny, el pequeño de Southpark
que es muerto en todos los capítulos. Y que bajo la vibración garajera del convenio suscrito
entre el Ministerio de Educación, la Municipalidad de Santiago y la Corporación Participa. Y
los royalties propios de una corporación con derecho privado y presidida por el Ministro de
Educación. Se tendiera en el suelo vuelto hacia la pared. Bajo la esquina de la galería donde
colgaban los post-it del Male-bitch expuesto en el MAC junto a una foto tomada por una amiga
del artista, posando con Snoopy, con otra polera, también negra, también estampada. Con
el símbolo Atari. Y de nuevo con Kenny. Nuestra mala conciencia. En otra ocupación económica
de la galería. Es en ese momento que cinco jovencitos aparecen bailando en medio del
público asistente, con zungas negras, zapatillas y corbatitas azules. Armando la fiesta dadá
que Jackass lleva en los ojos cerrados de Guerra. Y que por cinco o seis largos minutos,
por poco más de una hora después de lo convocado, that means that Mighty Mouse is on
the way! La acción acaba al terminar la música. Mientras sobre el muro que da contra la
entrada a la galería sigue rotando el video del concurso de televisión editado sin surround
junto al making off de la exposición.
Arturo Cariceo
Santiago de Chile, 2003.